Entrada al cementerio de Soledad (Colombia)

Entrada al cementerio de Soledad (Colombia)

Gabriel Escorcia Gravini nació en Soledad, Atlántico, el 14 de marzo de 1892 y tempranamente, en su infancia, fue diagnosticado con el mal de Hansen. En la biografía de su vida se mezcla el mito y la realidad al mejor estilo de realismo mágico propio del Caribe colombiano y en su pueblo natal el poeta lugareño es capítulo especial en las clases de literatura básica de los colegios, al lado de Cervantes y García Márquez. En el cementerio su tumba permanece impecable, siempre con flores frescas y la lápida lustrada. Su obra máxima, La Gran Miseria Humana, aún se edita en viejas imprentas soledeñas y se vende cerca a los puestos de verduras en el mercado municipal.

Luego de su diagnóstico, fue retirado de su escuela y debía ser aislado pues de acuerdo a la ignorancia de la época, la lepra era considerada contagiosa y un problema de salud pública, algo parecido a la costumbre descrita en el capítulo 13 del Levítico, donde el leproso era declarado inmundo por el sacerdote, y obligado a vivir solo, fuera del poblado.

En ese entonces los médicos estaban en la obligación de reportar los enfermos de lepra y las autoridades los confinaban en un leprocomio en la pintoresca población pesquera de Caño de Loro, en la isla de Tierrabomba, frente a Cartagena. Pero las hermanas del poeta, María Concepción y Salvadora, prefirieron esconderlo antes que enviarlo al leprocomio público. Según las crónicas ante la insistencia familiar y la intervención del alcalde de Soledad Luis De La Hoz, quien ofreció al médico la alternativa de construirle un cuarto en el inmenso patio de la casa para que estuviera cerca de su familia y donde estaría aislado. El médico no informó a las autoridades y el niño se instaló en su nuevo cuarto, que más tarde llamó “Mi celda cristiana”. Allí se hizo autodidacta, cultivo su trabajo literario, escribió sus versos más sentidos y su maravilloso poema “La Gran Miseria Humana”, que le valió el título de “Uno de los más grandes poetas cantores de la muerte”.

Gabriel Escorcia Gravini sufrió el dolor físico y el tormento psíquico pero la vida le deparó deparó un amigo para que le hiciera menos difícil el viacrucis de sus existencia, se llamó José Miguel Orozco, poeta soledeño cuatro años mayor que el y condiscípulo de sus días de escuela. El poeta Orozco le proveía en su cuarto de enfermo libros, revistas, periódicos que devoraba en su cuarto de enfermo. Es Orozco quien actúa de intermediario y ayuda en la publicación local de las poesías de Escorcia Gravini.

Breve fue su estadía en este mundo y el 28 de diciembre de 1920 fallece en su tierra natal. Mucho de su prolífico trabajo se perdió en el fuego que ordenaron sus padres prenderle al cuarto donde vivió los últimos 14 años de su trágica existencia, pero su hermano menor Luis Felipe,  logró arrancarle a las llamas algunos documentos de este poeta.

Se dice que todas las noches, a la hora en que Soledad se disponía a apagar los mechones, el poeta hacía su entrada en el cementerio Central, vestido de blanco de pies a cabeza, para internarse entre sombras y tumbas. Al poeta Gabriel Escorcia Gravini lo inspiraba el cementerio. Y de aquellas misteriosas incursiones nocturnas surgió La Gran Miseria Humana, la crónica poética, escrita en treinta estrofas de rigurosas décimas, sobre el hombre que llegaba al cementerio y protagonizaba el mordaz encuentro con la calavera de la mujer que lo despreció en vida.

El tema de La Gran Miseria Humana es el amor. Y a través del Amor, el poeta aborda el asunto de la muerte, para llegar a conclusiones axiológicas. Es una obra de gran belleza, cargada de imágenes y metáforas. De principio a fin campea un fino trabajo de filigrana poética, y la evocación de un mundo mágico y misterioso, poblado de fantasmas que rodean al hombre de un modo inexorable.

Allí, en La Gran Miseria Humana, el poeta expone consideraciones generales sobre el amor y la mujer, sus atractivos y sus delicias, para llegar a reflexiones generales sobre la vanidad y sus engaños. La Gran Miseria Humana no es el poema de un hombre sin esperanzas. Es el tema de un predicador de verdades. En el fondo, La Gran Miseria Humana es un poema al servicio de la ética, con un ideal moral impresionante.

La leyenda dice que una tarde de domingo, Escorcia Gravini escuchó a un trovador decimero que pasaba cantando por su ventana. Lo llamó y le entregó el manuscrito de La Gran Miseria Humana.
— Délo a conocer—le dijo.
Fue como publicar el poema. Por aquella época, los decimeros andantes cumplían el papel de periódicos y noticieros. En un santiamén, la obra se hizo conocida a lo largo y ancho de la región del Caribe.

Precisamente a través de ellos el famoso músico de acordeón Lisandro Meza habría de conocer el poema cincuenta y cinco años después, para convertirlo en una fenómeno de popularidad en 1975. Cuenta Lisandro que estaba durmiendo una noche en su casa de Los Palmitos, Sucre, cuando fue despertado por un decimero que cantaba La Gran Miseria Humana, interrumpiendo el silencio de las tres de la mañana.
Lisandro se levantó muy temprano y se fue para la casa del decimero. «Lo encontré con la misma borrachera«, cuenta. Le llevó de regalo una botella de ron y armado de una grabadora le pidió que repitiera el canto que había llamado su atención. De esa manera el poema dio un salto audaz a través de medio siglo, desde el confinamiento del poeta hasta la grabadora de Lisandro Meza, quien lo montó con melodía y ritmo de son cubano.

Hoy los académicos de Soledad aventuran en la teoría de que el poeta escribió La Gran Miseria Humana para burlarse de todas las mujeres que lo despreciaron en vida; que es una especie de diatriba generalizada contra aquellas que salieron corriendo al verlo llegar y quemaron sus versos para no contagiarse.

Video sobre la miseria humana en las palabras de Mesa

La miseria Humana interpretada por Lizandro Mesa

http://youtu.be/gSuPiIMrZ8I

La gran miseria humana

Una noche de misterio,
estando el mundo dormido,
buscando un amor perdido
pasé por el cementerio….
Desde el azul hemisferio
la luna su luz ponía
sobre la muralla fría
de la necrópolis santa,
en donde a los muertos canta
el búho su triste elegía.

La luna sus limpideces
a las tumbas ofrecía.
y pulsaba el aura umbría
el arpa de los cipreses.
Aquellas mil lobregueces,
de mi corazón hermanas,
me inspiraron, y, con ganas
de interrogar a la Parca,
entré a la glacial comarca
de las miserias humanas.

Acompañado del cierzo,
los difuntos visité,
y en cada tumba dejé
una lágrima y un verso.
Estaba allí de perverso
entre seres no ofensivos,
perturbando los cautivos
en sus sepulcros desiertos…
¡Me fui a buscar a los muertos
por tener miedo a los vivos!

La noche estaba muy bella
y el aire muy sonoro,
refulgente dalia de oro
semejaba cada estrella.
Y la brisa sin querella,
por ser voluble y ser vana,
en esa mansión arcana,
corría llena de embelesos,
poniendo sus frescos besos
en la gran miseria humana.

La luna seguía brillando
en el azul de los cielos,
y las nubes con sus velos
sin miedo la iban tapando.
Y, en procesiones pasando
por la inmensidad secreta,
iban, y la brisa inquieta
retozaba en el saúz
que empapaba con su luz
Diana, diosa del poeta.

La luna que Diana es,
en aquella hermosa noche
se abrió como el áureo broche
de una flor de esplendidez.
Sentí vacilar mis pies
en tan lúgubre mansión,
y me senté en un panteón
con la lira en una mano…
Como un revuelto oceano
temblaba mi corazón.

Bajo de un ciprés sombrío
y verde cual la esperanza,
con su fúnebre acechanza
estaba un cráneo vacío.
Yo sentí pavor y frío
al mirar la calavera
pareciéndome en su esfera
que se reía de mí,
y yo de ella me reí
al verla calva y tan fiera:

Dime, humana calavera,
¿qué se hizo la carne aquella
que te dio hermosura bella
cual lirio de primavera?
¿Qué se hizo tu cabellera
tan frágil y tan liviana,
dorada cual la mañana
de la aurora el nacimiento?
¿Qué se hizo tu pensamiento?
¡Responde, miseria humana!

Calavera sin pasiones,
di qué se hicieron tus ojos
con que mataste de hinojos
a idílicos corazones,
que repletos de ilusiones
te amaron con soberana
pasión que no era villana,
y en estas horas tranquilas
¿qué se hicieron tus pupilas?
¡Contesta, miseria humana!

Aquí donde no hay tropel,
calavera sin resabios,
di qué se hicieron tus labios
tan rojos como el clavel,
y dulces como la miel
de la campiña romana;
esos tus labios de grana
llenos de pasión mentida,
¿qué se hicieron en la vida?
¡Responde, miseria humana!

Calavera a quien feliz
besa la luna de plata,
di por qué te encuentras chata
si era larga tu nariz.
¿Dónde está la masa gris
de tu cerebro pensante?
¿Dónde tu bello semblante
y tu mejilla rosada,
que a besos en noche helada
quiso comerse un amante?

Aquí donde todo es calma,
contesta, cráneo vacío:
¿Qué se hizo tu poderío?
¿Qué fue de Laurina Palma?
¿Qué del placer de tu alma
que te dio el amor un día?
Tu altivez, tu bizarría,
tus sonrisas que mintieron,
dime, dime, ¿qué se hicieron,
oh calavera sombría?

A mis interrogaciones
el cráneo blanco callaba
mientras la luna alumbraba
sarcófagos y panteones…
Y dije si aflicciones:
si eres el cráneo de aquella
que en la vida sin querella
me despreció con desdén,
¡despréciame ahora también!
¡Eclipsa otra vez mi estrella!

Estamos en la mansión
de la austera realidad.
¿Qué se hizo la liviandad
que tenía tu corazón?
No respondes, mudos son
tus labios que pronunciaron
cosas que ya se tornaron
en pálidas flores muertas,
cosas que no fueron ciertas
y mi pobre alma mataron!

Aquí en esta soledad
que sólo cruza el cocuyo,
dime qué se hizo tu orgullo,
tu amor y tu vanidad;
qué se hizo tu potestad
de persona soberana
y mentirosa y galana
que ostentó tanta belleza;
di qué se hizo tu grandeza…
¡Responde, miseria humana!

Vanidad de vanidades
solamente son tus galas,
oh mariposa sin alas,
llorando tus liviandades.
Las ópticas realidades
te circundan con profundo
marasmo donde infecundo
es el amor que iluminan…
Es aquí donde terminan
las vanidades del mundo

Aquí en este camposanto
se terminan los amores,
las alegrías, los dolores,
el poderío y el encanto;
cesa en los ojos el llanto
y el mundo vivo suspira;
aquí no llega la ira
de la muchedumbre inquieta;
aquí termina el poeta
y se enmudece su lira.

En este mundo hedonista,
de egoísmo y de censura,
tan sólo la sepultura
es la que no es egoísta.
Ella recibe humanista
al santo y al condenado,
al pobre, al acaudalado,
al perverso, al bueno, al caco,
al honrado, al gordo, al flaco,
al bruto y al ilustrado.

Al rodar el ataúd
en la hueca sepultura
se igualan en línea oscura
el crimen y la virtud;
y en eterna laxitud
que todo movimiento;
lanza gemidos el viento
y la soledad se aterra
y ruedan sobre la tierra
los cráneos sin pensamiento.

Aquí en este triste erial
donde sucumbir es ley,
el esqueleto de un rey
al de un esclavo es igual;
Aquí el toque funeral
de la sonora campana
es a la cabeza cana
como a la de negro pelo,
y ñata dando recelo
es la calavera humana.

Aquí en este entristecido
y lúgubre camposanto
termina del vate el canto,
y del músico el sonido;
del pintor el colorido,
y de su cerebro el foco
se consume sin sofoco,
y sólo queda el recuerdo.
Aquí tanto vale un cuerdo,
como lo que vale un loco.

Todo corazón se aterra
al llegar a esta mansión
viendo clavar el cajón
que se comerá la tierra.
Cuando una tumba se cierra
el alma gime angustiada,
pero esa humana bandada
que a otro hoy viene a sepultar,
mañana en este lugar
será polvo… ¡será nada!.

En esta mansión glacial
donde lo fatuo refleja,
se pudre la carne vieja
como la carne jovial;
aquí el necio se hace igual
al urbano de ilustrada
sociedad civilizada,
y aquí la diosa riqueza
es igual a la pobreza…
¡Todo aquí es polvo y es nada!

Y dijo la calavera:
Aquí en este camposanto,
se perdió todo mi encanto
con que vanidosa era.
Se acabó mi cabellera
que en un tiempo fue dorada,
y mi mejilla rosada
como gasa de arrebol;
mis ojos que envidió el sol,
aquí se volvieron nada!

Tan sólo el dolor es fuerte
la vida es vano capullo,
yo vi acabarse mi orgullo
bajo el peso de la muerte.
Ya todo es materia inerte,
y en este triste lugar
se tiene que terminar
el genio que esplendor tiene
y melancólico viene
las tumbas a visitar.

Llorar en estos desiertos
es una cosa muy vaga
porque el llanto nada paga
ni resucita a los muertos,
que de paños recubiertos
están en la loza fría;
aquí en un tétrico día
cae el que peca, el que no peca…
Así, haciendo horrible mueca,
la calavera decía.

Aquí está la gran verdad
que sobre el orgullo pesa:
aquí la gentil belleza
es igual a la fealdad;
aquí acaba la maldad
y la bondad apreciada;
aquí la mujer casada
es igual a la soltera…,
me decía la calavera
con su voz apagada.

Yo soy el cráneo de aquella
a quien le cantaste un día
poemas que no merecía
porque no era así tan bella
como la primera estrella
de Oriente o el tulipán
al que las auroras dan
el rocío que deslíe…
Aquí el que de mi hoy se ríe
de él mañana se reirán.

Yo escuchaba aquella cosa
y lleno de horrible espanto
salí de aquel camposanto
como veloz mariposa.
La luna pura y radiosa
vertió su lumbre fugaz,
y la calavera audaz
dijo al mirarme correr:
“¡Tú aquí tienes que volver,
y calavera serás!”

Yo, ante razón tan sentida,
sentí por el cuerpo mío
un extraño escalofrío
casi perdiendo la vida.
Con el alma entristecida
volví a mi celda cristiana,
meditando que mañana,
por firme ley de la parca,
debo habitar la comarca
de la Gran Miseria Humana.

Gabriel Escorcia Gravini (colombiano, 1892 – 1920)