DurerVilainsRutebeuf, (apodo derivado del antiguo francés Ruste beuf o Rude beuf, buey vigoroso) (Champaña, Francia, antes de 1230 – París, Francia, circa 1285), fue un trovero o juglar francés del siglo XIII, considerado como uno de los escritores más destacados de la Edad Media francesa. Su obra marca una transición literaria hacia la poesía de los siglos XIV y XV, en la que el autor se hace presente en su modo de reflejar la sociedad y los acontecimientos de su época.

Se desconoce su verdadero nombre, sólo el apodo que él mismo usaba. Los pocos datos que se tiene de su vida, así como la evaluación de la fecha de su nacimiento y de su fallecimiento, son los que él mismo proporciona en sus obras. Se estima que su producción literaria se desarrolla entre 1250 y 1285, dado que su obra La vie du monde es posterior a esa fecha.  Se considera muy posible que fuera originario del Condado de Champaña, según se desprende de unos versos suyos, que tenía una sólida formación de clérigo (conocía el latín), y algunos autores avanzan que habría estudiado en la universidad de París,  ciudad en la que creció y se hizo adulto. Por su descripción de los conflictos en Troyes en 1249, se sabe que estuvo allí en esas fechas. En París, sirvió a Alfonso de Poitiers y a Carlos de Anjou, hermanos de Luis IX y protectores suyos, entre otros nobles.

En el Mariage de Rutebeuf, cuenta que se casó en segundas nupcias en 1261, con una mujer mayor (de 50 años) que era fea, flaca y pobre, pero que era honrada y trabajadora. Según confiesa él mismo «su mujer es tan miserable que sólo puede ser amada por él». Resignado a ello se consuela pensando que eso precisamente es la mejor garantía de su fidelidad.

La Complainte de Rutebeuf nos enseña que tuvo un hijo, al que dejó a cargo de una nodriza, pero ésta se lo devolvió ya que no se le pagaba. De él mismo Rutebeuf cuenta que tampoco era guapo, que había perdido el ojo derecho, que tenía pasión por el juego (al que dedicó dos poemas, La grièche  d’hiver y La grièche d’été), que era de buen beber y buen comer cuando podía permitírselo y que era muy generoso cuando tenía dinero.

Sus deudas eran de todos conocidos hasta tal punto que ya nadie le prestaba dinero y que tuvo algunas veces que recurrir a la ayuda de sus protectores -hasta el mismo Rey-, sin que éstos se mostrarán muy generosos a excepción del conde de Poitiers. Refleja en numerosas ocasiones la precariedad a la que le abocaba su oficio de juglar, y cuenta cómo tuvo que vender todos sus muebles para pagar a sus acreedores.

Su extrema pobreza recurrente y su dependencia, como todos los poetas de su época, de la generosidad de los poderosos no alteró su actitud política. Insiste en la preponderancia de la amistad, y no dudó en oponerse al Rey y al Papa para defender a su amigo Guillaume de Saint-Amour, exiliado por sus escritos. Denuncia con pasión en sus sátiras los abusos de los poderosos o toma partido en sus «debates»  por las cuestiones que ocupan a la sociedad parisina de sus días.  Si bien varios poemas suyos relatan extensamente sus miserias, siempre demostró tener un agudo sentido del humor y un carácter despreocupado y alegre.  

Salía de su casa a ofrecer sus cantares y poemas, las proponen en cortes y en la plaza pública y, según se lamenta en sus poemas, regresa atemorizado a su hogar – lo aguardan las reconvenciones de su mujer- porque no puede resistirse a la tentación de jugar a los dados el dinero ganado; «Los dados me matan./Los dados me acechan y espían./ Los dados me asaltan y desafían» escribe.

La constante adversidad a la que se le condena no merma su devoción por la Virgen ni de su preocupación por la corrupción de las órdenes religiosas, de las que llega a ser un verdadero azote. Entre los mejores versos de Rutebeuf, Martín de Riquer destaca aquel que reza: «La esperanza en el mañana es mi única alegría». Ya no tiene más consuelo que algún trago de favor en la taberna. En efecto, a diferencia del presente, siempre enemigo, el futuro habría de serle favorable.

Deforme, borracho y tan desdichado en amores como en el juego, según se define el mismo, Rutebeuf   puede ser considerado el patriarca de los poetas de la miseria.  A diferencia de los trovadores y juglares de su tiempo, Rutebeuf no escribe ni para satisfacer a la corte ni para ser cantado. Muy por el contrario, da cuenta de sus desgracias y ser recitado o leído.

 La endecha de Rutebeuf

No es necesario que os cuente
Cómo en vergüenza me he puesto,
Ya que habéis escuchado el cuento
De qué manera
Tomé mujer últimamente
Que no era fácil ni bella,
Cuando nació la pena
Que duró más de una semana
Ya que empezó con luna llena.
Escuchad, pues,
Vosotros que rimas pedís,
Como me ha mejorado
Mujer haber.
Para empeñar o vender nada más tengo,
A tantas cosas tuve que responder
Y tanto hacer
(Que cuanto he hecho hay que rehacer)
Que si quisiera todo contarlo
Largo sería.
De mí el amigo de Job Dios hizo,
Que de una vez me arrancó todo
Lo que tenía.
Mi ojo derecho que más veía
Ya no ve cómo sigue el camino
Ni conducirme.
Ay, qué dolor doliente y duro
Que a mediodía sea noche obscura
Para mis ojos.
Ahora no tengo cuanto yo quiero,
Pero doliente y así sufriendo
Profundamente
Ya que en miseria extrema estoy
Si a ayudarme no se deciden
Los que hasta aquí
Me han socorrido con su merced.
El triste corazón ennegrecido tengo
De enfermedad
Ya que no veo ganancia alguna.
Nada yo tengo de lo que amo,
Es mi tristeza.
No sé si ha sido por mis excesos;
He de volverme sobrio y medido
Después del hecho,
Y comenzar una vez más lo evitaré.
¿Mas de qué sirve si ya esta hecho?
Tarde he cambiado
Ya tarde me he dado cuenta
Que en la trampa ya estaba
El primer año.
Que en mi cordura Dios me conserve
Que por nosotros tanto penó y que mi alma
Dios la proteja.
Por causa de un niño mi mujer gime,
Mi caballo contra la empalizada
Se quebró una pata
Y para amamantar la nodriza exige
Que le dé más dinero y así me deja
Sin piel ni abrigo
Para no oír al niño en casa.
Que el Buen Dios que lo trajo al mundo
Le dé alimento,
Que le conceda su subsistencia
Y que mis penas a mí me alivie
Para ayudarlo,
Que la pobreza no me lastime
Y que su pan pueda encontrar
Mejor que yo.
Aunque yo tiemble nada yo puedo,
Ahora en mi casa nada yo tengo
Y ni siquiera para el invierno
Fuego yo tengo.
Sólo pensarlo me hace temblar
Puesto que en casa ahora no tengo
Ni algunos leños
Para encenderlos en el invierno.
Nadie acosado nunca así estuvo
Como lo estoy.
El alquiler exige el propietario
Que se lo pague.
Casi todo vendí en mi casa,
Para encima echarme nada tengo
En el invierno.
Duras y amargas son mis palabras,
Tanto han cambiado después de un año
Todos mis versos.
No entiendo cómo no me enloquezco
Cuando lo pienso, inútil es
Cuando despierto
La piel teñirme, negro me pone
Despertar y no sé si duermo o velo
O si yo pienso
En cómo hacer para gastar menos,
Pasar el tiempo: esta es la vida
Que ahora llevo
De mi dinero nada me queda
Y de mi casa ya me he mudado
Ya que he yacido
Tres largos meses y a nadie he visto,
Y mi mujer que un niño tuvo
Durante un mes
Entero casi rozó la muerte
Mientras yacía yo por mi lado
En la otra cama
Donde delicia poca encontraba.
Nunca he tenido menos placer
Que entonces tuve,
Ya que perdía mucho dinero
Y se amenguaba el cuerpo mío
Hasta el final.
Solos no saben venir los males,
Lo que tenía que suceder
Me sucedió.
¿Mis amigos adónde fueron
que tan cerca tuve de mí
y tanto amé?
Demasiado pienso que el tiempo
Los amenguó. Muy firmes no eran
Si los perdí.
Esos amigos me maltrataron
Ya que en el tiempo que Dios también
Por todos lados
Me maltrató, venir a verme ninguno vi.
Pienso que el tiempo los dispersó,
Amor ha muerto.
A esos amigos se llevó el viento
Que soplaba junto a mi puerta,
Y tan bien se los llevó
Que ya nadie me consoló
Y que ayuda nadie me dió.
Esto me enseña
Que nuestros bienes usa el amigo
Y ya muy tarde nos damos cuenta
Que demasiado
Hemos gastado por los amigos,
Que en la desgracia nunca hay ninguno
Que nos socorra.
Dejaré pues que la Fortuna
Siga rodando mientras yo pienso
Cómo salvarme.
Iré a implorar a protectores
Que de comer amablemente
Siempre me dieron.
Otros amigos ya se pudrieron,
Al basurero ya los envío
Y allí los dejo,
Que renunciar hay que aprender
A gente tal y abandonarla, sin pedir nada,
Dejarla atrás.
Nada hay en ellos que amar yo pueda
Ni que el amor de mí reclame.
Le ruego entonces
A aquel que es siendo tres uno
Y que a nadie que lo reclame
Sabe negarse
Que lo proclama señor y dueño,
A aquel que tienta a quienes ama,
Tal es mi caso,
Que mi salud conserve entera
Y que yo haga sin descansar
Su voluntad.
A mi señor, hijo del Rey,
Mi verso envío y mi dolor
Ya que a menudo
Me ayudó mucho de buena gana;
Es de Poitiers el conde bueno
Y de Tolosa;
El sabrá bien qué necesita
El pobre hombre que sufre tanto.