Vanina Klinko es dibujante y le dio espacio, a través de su trabajo, a “Tintaviva”, un libro hermoso que representa sus propias “notas sobre una clase de danza contemporánea” a raíz de sus experiencias con sus Maestras, Valeria Kovadloff y Vivi Iasparra. El cuerpo, la libertad y los menesteres de bailar también en el papel.

Kinklo y Tintaviva Dibujar, poniendo el cuerpo. Bailar, dibujando el espacio. “Tintaviva” es un hermoso ser que atraviesa ambas artes -la danza y el dibujo- en tres colores: los trazos en negro, que marcan la definición de las formas, se ven secundados por la efervescencia de manchas rojas y azules en disputa y expansión. “Tinta china”, me cuenta ella, su autora, Vanina Klinkovich, en medio de una verborragia que se empecina en hacerme reír, algo que logra a cada palabra de una charla que se va de tema constantemente. “Un delirio”, define ella. Me doy cuenta que cada vez que dice “delirio”, una palabra que aparece frecuentemente en su relato para describir las cosas que se le ocurren, me da mucha gracia. Es la entonación, creo, y la energía desbordante con que la pronuncia. Y allí estamos, en un café por Congreso, hablando de ese, “un delirio” perfecto que se le ocurrió ya hace cuatro años: su libro, ese pequeño y hermoso ser que representa una serie de “notas de una clase de danza contemporánea” bajo la forma material de dibujos y frases que bien definen algo de la experiencia de animársele al “aprender a bailar”, algo que ella decidió hacer “un día” sin mucha más preparación que las ganas de “moverse”.

“Tintaviva”, el movimiento, dibujado.

“Primero: las ganas de moverme”

“En realidad, yo estudiaba comunicación en la UBA [Universidad de Buenos Aires] y quería hacer algo con el cuerpo. Cualquier cosa con tal de salir un poco del intelecto, porque además trabajaba como periodista. Era todo muy en la cabeza y necesitaba hacer algo con el cuerpo. Me anoté en el [Centro Cultural] Rojas tipo paracaídas en un curso de danza contemporánea. Fue: ‘Me dan los horarios, voy’. Sin saber por qué. Me tocó con Valeria Kovadloff.

Tuve suerte. Empecé la primera clase y me voló la cabeza. Ya la propuesta de empezar a conectarse, para una persona que no sabe nada, es súper fuerte. Dijo: ‘Iniciamos el movimiento desde la mollera’, y yo pensaba, ‘¿Mollera? ¿Dónde queda?’. No tenía esa cultura de saber cada parte del cuerpo. ‘Isquiones al cielo’, te decía. Me voló la cabeza, me copó mal. Terminó el año y quise seguir con ella”, cuenta Klinko. “¿Este es mi camino?” Luego, comenzó a trabajar en el área de comunicación de la Universidad Di Tella. Fue en ese marco que “registró” que le gustaba dibujar, a pesar de haberlo hecho desde la infancia: “Yo dibujaba mucho desde chica, pero nunca le había dado espacio para que se desarrollara. Después de un viaje que hice, me di cuenta que era era algo un poco más importante. Me anoté en un curso con un amigo, muy informal, y de nuevo se me vuela la cabeza en ocho pedazos. Me movilizaba mucho. En aquel entonces estaba trabajando mucho y seguí haciendo danza.

Cambié con Vivi Iasparra. La mina es de otro planeta. Pero también, caí sin preámbulos. Me la recomendó una amiga y básicamente quedaba cerca de mi casa (risas). Toqué la puerta y le dije que quería tomar clases. En ese momento, hace diez años, lo que hoy es LEM no tenía un nombre y su método no era tan como ‘un método’ tampoco. Yo no entendía nada. Por momentos me sentía muy desconcertada.

Sus intervenciones son casi filosóficas”. Su inmersión en la perspectiva de sus docentes -tanto de Valeria Kovadloff, como de Vivi Iasparra- la guió en una experiencia de la danza en cruce: “Mezclan con otras artes constantemente. Vale abre pinturas de Bacon. Vivi con la música, con poesía. Son artistas con inquietudes desafiantes y que no paraban de darte data de vos mismo. Las clases son intensas y extensas: pueden durar dos o tres horas. ‘Habiten esa transformación, no se saquen la foto’, decía Vivi. ¿Cómo es que ella puede darse cuenta de que estás pensando en qué va a venir, en vez de estar concentrada en habitar ese movimiento?, me preguntaba yo. ‘¿Cuál es dibujo de tu movimiento?’, me decía y yo moría. Estas clases, más el profe de dibujo, me movilizaron muchísimo. Así fue que decidí dejar mi trabajo en la Di Tella directamente. Me dije: ‘Si no me doy la oportunidad ahora, cuándo me la voy a dar’. Prefiero darme cuenta ahora que no me gusta dibujar o que no puedo, que quedarme con la fantasía del ‘qué hubiera sido si’.

Me puse a trabajar por mi cuenta en temas de comunicación y me di la oportunidad de dibujar profesionalmente”.

R: ¿Te animaste de la nada?
K: En cierto modo, sí. Igual me costó un montón el cambio de vida a ser artista. Vengo de una familia de profesionales. Soy la mayor de tres hermanas. En mi casa era obvio que ibas a ir a la facultad. Dibujar era parte de esas libertades que no te das. Ni siquiera tenía la posibilidad en mi mente de que podía llegar a dibujar profesionalmente. O sea, si no eras Picasso, mejor que no seas nada. Es una bajada muy fuerte, que hasta que uno se da cuenta que la tiene pasan años. Cuando yo terminé el secundario, no estaba en el imaginario atreverme a pensar en la Pueyrredón. De hecho, empecé sociología e hice simultaneidad con comunicación. En seguida pude trabajar de eso, así que mi carrera estuvo siempre muy ligada a la práctica. En mi cabeza era muy difícil aceptar que me gustaba dibujar. Y así, entre encargo y encargo que fueron surgiendo, Klinko se propuso, por primera vez, trabajar un proyecto postergado –la obra propia- con su profesor, Emmanuel Muleiro: “Le pedí ayuda para concentrarme en algo propio, sino se me iba a ir el avión. No es fácil, porque hay resistencia a generar algo propio. Es mucha exposición también. Él me dijo que haga una serie de dibujos. Ahí se me ocurrió hacerlos con motivo de la danza. Una vez que los vio, me dijo que para él esos dibujos eran un libro. Me aconsejó que les pusiera texto. En aquel momento luego viajé a Nueva York. Ahí, uno de los profesores de la School of Visual Arts me dio algunas indicaciones para probar algunas cosas. Fernando Calvi [célebre ilustrador argentino], quien era mi pareja, me ayudó mucho a encauzarme. Me puse a trabajar el libro. El texto, por un lado, y el dibujo por otro.

Era un juego de no decir con la palabra lo que estaba dicho en el dibujo. Tenía que hacer sentido la combinación y complementarse. Y gran parte de cosas que alguna vez me dijo Vivi están expresadas acá. ‘Qué estás buscando’, ‘por qué competís’. Las intervenciones eran increíbles. ‘Qué te acelera’. Y vos no te das cuenta que estás acelerada. ‘Por qué estás preocupada por lo que viene. Concentráte en el presente’. Eso pasa en la vida. Te lo puede decir desde un maestro zen hasta un psicólogo, pero sentirlo en el cuerpo, tan tangible, a partir de la danza me shockeó. Necesitaba volcarlo. Y habitar el presente, habitar el movimiento, ojalá pueda toda mi vida. Es la vida, es lo que palpita”. “Y se desata la danza, se desborda” “La danza me parece fascinante: no sólo te hace bien físicamente. Yo empecé de grande, ya tenía más de 20 años. La idea social de que bailar es para una época de la vida me acosaba un poco también. Yo pensaba que era grande. Pero me di cuenta de que el cuerpo es mucho más elástico de lo que uno cree. El cuerpo puede aprender. Se expande. La danza te permite sentir cosas nuevas realmente. No sólo es el movimiento como tal. Es buenísimo darte cuenta que hay cosas que uno no maneja. Uno no quiere expresar tal vez cómo está, y, sin embargo, se te nota. Te lleva a un planeta en que no se trata de entender nada: es mirar, conectar. Hay una cuestión de sensación, de vivenciar. Estas ‘notas de danza contemporánea’ son notas que uno tiene mentales. Yo siento que cada vez que le cuento a alguien, evangelizo a favor de la danza”.

No todas las hojas del libro de Klinko tienen texto. Hay pausas. Silencios. Hay páginas completamente habitadas por el movimiento. Los trazos se funden sobre un blanco esperanzado: es ese lienzo infinito sobre el que ese movimiento parece proyectarse mucho más allá de las hojas que ilustra. Se despliega. “Para mí era muy difícil pensar cómo lograr ‘movilidad’: el dibujo es algo estático en dos dimensiones, y el movimiento es ‘espacio-tiempo’. Cómo iba a hacer este juego , o sea, cómo trato de expresar este movimiento con algo que es fijo era el desafío. Era muy difícil transmitir eso. Para lograrlo ayudó la tinta china. Lo que compone los dibujos es una línea y una mancha. La línea tiene que ver con el control. Vos dirigís esa estilográfica a un lado y va a donde vos la mandás. Con el agua y la tinta china, cuando hacés una mancha, hay algo de tirar agua y tirar tinta y no poder dominarlo. Hay algo de azar, algo que no va a ser como vos te lo imaginás. Es diferente. Esa articulación de la mancha, lo acuoso, con el lápiz permite un juego de contrastes: por un lado, algo azaroso, caótico, que no controlás y se escapa, se desborda y que da miedo y placer en simultáneo, y, por otro, hay algo de pautado. Las indicaciones: ‘Tenés que bajar los hombros’. Eso es una conciencia de cosas. Así fue que las técnicas me ayudaron a que, desde el dibujo, también pudiera expresar lo que pasa con el movimiento”.

“Y me proyecto como un punto de fuga al infinito”.

“Me levanto y doy un paso más. Otro y otro…” Otra palabra que Klinko usa todo el tiempo. “Un cuelgue”. Ahora, escribiendo, recuerdo la inflexión con que ella, al pasar, decía, en punto seguido, “un cuelgue”. Así llega, inusitadamente, Nadia Comaneci a nuestra conversación. Y sí, estábamos en algo del movimiento. El “perfect ten” de Nadia y el fanatismo por ver la película de su vida y sus hazañas en las paralelas en las Olimpíadas de 1976. Y otra de sus inspiraciones ocultas, abono a este presente teñido de arte: “La película ‘Isadora’, a fuego”, aquella versión de 1968, dirigida por Karel Reisz.

Es que el proceso de realización de “Tintaviva” resulta ser, en parte, el resultado material de un proceso de construcción de un concepto de libertad, que, como la otra cara de la moneda, surgió de la mano de esa conexión con el movimiento: “Con la danza descubrí lo que es estar en eje. Uno tiene una experiencia tan real, tan concreta que no hay duda. Uno se halla. Yo me autoricé desde un lugar singular, propio, subjetivo. Creo que esa forma de libertad que permite la danza puede llegar a todo ser humano. Todos tenemos cuerpo para mover y experimentar. El mero hecho de estar vivo, te habilita. Es una forma de conocerte desde otro lugar y la transformación de la perspectiva es muy fuerte. Yo ahora hace un par de años que no hago danza, pero lo que sí recuerdo es que hay una cuestión de autoconocimiento que va por otro lugar. La filosofía de la danza contemporánea habilita estos viajes: no hay espejos ¿Dónde es que uno está permanentemente mirándose? Descubrís que no hay nada que te tenga que devolver tu imagen. Si vos no tenés una noción de qué estás haciendo, de cómo estás moviéndote, no tiene sentido. Estás descalzo, con tus pies en la tierra…”. Una libertad que Klinko, si bien no considera conquistada, sí sabe que está en un proceso que le confiere la posibilidad de apropiarse de ella cada día: “La verdad que el proceso constituyó darse a uno mismo ciertas libertades. Pero es un ejercicio constante, no es que las ganás una vez y para siempre. Yo este libro lo hice más desde el amor y la autodiversión. Me permitió muchas cosas: estar alineada al deseo personal, me dio conocerme más a mí, me dio estar en Nueva York y contactarme con gente, poder relacionarme desde el lugar de creadora de algo. Me ayudaron mucho mis proveedores, que son en quienes confío el resto de mis otros trabajos. Fue muy lindo sentirme apoyada”, asegura la artista. “Todo late a mi alrededor”. 

R: ¿Es tu elección final?
K: Sí… Es como una sensación que te queda de conexión con el mundo vivo. Te sentís un ser tan biológico. Ese mundo que se abre, como si respirara… Hace mucho que no lo leo para mí. Klinko revisa su libro para encontrar la frase. Mientras lo hojea, se va sorprendiendo con algunos detalles. Pareciera que estuviera descubriendo el trabajo de alguien más. Será que la convoca ese espacio ambiguo que conlleva el encontrarse dentro y fuera de sí mismo en aquel, el mundo que dejó creado dentro de “Tintaviva”. Será que la danza, con su poder de revuelta metafórica, la asalta ahora desde los trazos de tinta, tan vivos, que desbordan aquellos papeles, que, de repente, parecen tan circunstanciales. Casi tanto como si pudiéramos sentir esos puntos al infinito y esas fibras estirándose ahí mismo, frente a las tazas de café.

Gentileza.

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R: ¿Vas a volver a tomar clases de danza?
K: Me gustaría, pero me tengo que hacer el tiempo…

R: Llega un punto en que uno sabe que retomar no es cualquier cosa… Se crea como una consciencia del tema.
K: Es movilizante. Es estar exponiéndose con uno mismo todo el tiempo con sus estados. Una clase nunca es igual a la otra: hay clases en las que descubrís cosas, hay otras en que estás desconectada y que no descubrís nada, como que dejás de pensar. No hay final más feliz que otro. Es aprender. Creo que eso es ‘Tintaviva’ también. El mensaje es un poco así. Hay momentos que están buenos, otros más difíciles, otros más fáciles. Hay días que tenés más impulso, estás más creativa, más flexible, más abierta. Hay días que te cuestan más; hay días en que todo te duele. En general es como un acordeón: te desbordás un rato y volvés. La danza es ser consciente de esa realidad propia y sus contradicciones. Vanilla Kinklo presentará su libro el próximo 12 de mayo en el Centro Cultural Barco de Papel, ubicado en el 40-03 de la 80th Street en Elmhurst, NY a pocos pasos de la Roosevelt Avenue. Detalles del evento aquí


Reseña de María José Lavandera, periodista y aficionada de la danza, quien combina sus dos pasiones en el blog Revor-Revista de Danza. Lavandera vive en Argentina y escribió este artículo con motivo del lanzamiento del libro de Kinklo.