El 13 de julio de 1958, Manuel Mujica Lainez acompañado del poeta Guillermo Whitelow y del pintor Miguel Ocampo visitaba por primera vez el fabuloso parque de Bomarzo, cercano a Roma. Después de la fascinación que le produjo la visita a los jardines decidió novelar la historia del príncipe Vicino Orsini, el creador del Parque de Bomarzo. La redacción de su obra más célebre le ocupó más de dos años y la gloria del príncipe jorobado, del cultivado y alquimista señor comenzó a renacer.
Bomarzo es una novela de corte histórico pero con una mayor profundidad para lo habitual en el género, que pretende ser el retrato de una época, de un Renacimiento por el que desfilan grandes personajes y hechos memorables, pero es sobre todo un relato íntimo del personaje, una especie de autoanálisis que intenta justificar el porqué de la creación del sacro bosque de Bomarzo. El príncipe se embarca en un proyecto que se convierte en una autobiografía en piedra, porque es un príncipe estudioso de la alquimia y el parque es una suerte de retrato simbólico de su existencia y su devenir.
La obra tiene un lenguaje con regusto clásico, manierista y recargado en muchas ocasiones, pero de una exquisitez cercana a lo sublime. Aunque el lenguaje pretende ser lo más cercano a la época, su vocabulario está repleto de anacronismos conscientes, pues el autor pretende escribir desde la mirada del siglo XX, sabiendo que el príncipe Orsini es un ser intemporal.
Esta fascinante obra y su autor han caído en el olvido. Se lee poco a Mujica Lainez porque injustamente se le siente un escritor fuera de moda, conservador y con un estilo anticuado. En 1962, año de su aparición, obtuvo el Premio Nacional de Literatura y compartió en 1964 el Premio John F. Kennedy con Rayuela de Cortázar, quien le propuso publicar la obra conjuntamente con el título de Ramarzo o Boyuela. Así como la obra de Cortázar ha ido atrayendo a los jóvenes lectores de varias generaciones por su carácter experimental y libre, Bomarzo y su autor han sido ignorados (por no hablar del resto de su obra que aguarda a ser rescatada de las librerías por gente amante de la buena lectura).
Por suerte, yo tuve la oportunidad de recuperarla y degustarla con infinito placer. Su lectura hizo que me dedicara a la búsqueda de imágenes de ese parque mal llamado de los monstruos -debe entenderse en su origen latino, es decir del verbo monstrare y por tanto lo que vemos en el parque se nos muestra y nos aclara conceptos-. Unos años más tarde, en una de mis visitas a Roma, decidí buscar el parque para comprobar in situ el origen del libro. La visita del jardín de Bomarzo supone un espectáculo asombroso, un grotesco cuento mitológico lleno de alegorías y simbolismos: personajes de la mitología griega tallados en la roca de tamaño descomunal, edificios con sorprendentes características, máximas escritas con hermetismo, arroyos y árboles sin continuidad de unidad parecen intentar transmitirnos un camino iniciático, una reflexión sobre el destino del ser humano (recomiendo la lectura aclaradora de Los jardines del sueño. Polífilo y la mística del Renacimiento de Kretzulesco-Quaranta).
Esta sorprendente creación fue obra del príncipe Pier Francesco Orsini, que tuvo a sus órdenes a arquitectos como Pirro Ligorio y que estuvo dedicada a la memoria de su primera y más amada esposa, Giulia Farnese. Durante casi treinta años, entre 1552 y 1580, Orsini llenó este jardín de elementos simbólicos y esotéricos con la intención de mostrarnos el camino hacia la eternidad.
Mi viaje significó cerrar el círculo con Mujica Lainez y su Bomarzo. Este escrito y el vídeo musicado, la crónica de todo ello.