Cada año las radiodifusoras de países como México, El Salvador, Puerto Rico, México, Venezuela, Colombia y Nicaragua repiten un poema donde encontramos elementos típicos de un poema bohémico: el amor y la amargura. Es el Brindis del Bohemio uno de los más famosos poemas de la lírica popular de Latinoamérica escrito por el mexicano Guillermo Aguirre y Fierro e inmortalizado en la voz de su paisano Manuel Bernal.
El Brindis más famoso de América, habla de amigos a la mesa que comparten quereres y desquereres, unos y otros le dedican el verso a su propia angustia o a su íntima alegría. Bohemios todos, enamorados todos, se dejan tentar por el placer del licor y el calor de la buena compañía. Según el relato, quienes participaban de este brindis, le rendían homenaje a la vida, al licor, a la esperanza y al amor y esa era para ellos, la mejor manera de despedir el año.
Guillermo Aguirre y Fierro nació en 1887 en San Luis Potosí. Además de haber publicado una copiosa cantidad de poemas, trabajó como periodista y participó de diversos eventos poéticos en Ciudad de México.
Entre 1916 a 1919 participa como editor en Chiltipiquín un semanario humorístico que fue editado en San Antonio, Texas. Este semanario hizo uso de la caricatura, convirtiéndose en uno de los medios de desprestigio más utilizados en México desde tiempos del Porfirismo.
Entre sus numerosas obras se destaca «Sonrisas y Lágrimas«, gracias a la cual consiguió una gran popularidad. La misma se publicó por primera vez en 1942 y, aunque muchos de sus poemas ya habían aparecido en varios folletines, fue el punto de partida para que el nombre de Guillermo comenzara a girar en los círculos literarios del momento. Aguirre y Fierro falleció en Ciudad de México en 1849 y es considerado uno de los autores fundamentales de la literatura mexicana del siglo XIX.
Su famosa obra «Brindis del Bohemio» apareció en el libro citado anteriormente y se convirtió en el caballo de batalla del poeta, quien lo recitaba en todos los eventos líricos en los que participaba. Dicho poema puede considerarse un canto de honor al ambiente bohémico, en el cual se reflejan sus características, que lo convertían en un punto de reunión para compartir opiniones y darle a las palabras una importancia nunca antes vista.
La voz de Manuel Bernal es inconfundible, se reconoce como el mejor declamador de América y de él se dice que fue quien más bellamente interpretó los versos de Amado Nervo, Julio Flórez y Rubén Darío. En Nicaragua recibió varios premios por la emoción que su oratoria le imprimía a la obra de este último.
Bernal nació con el siglo y desde muy joven explotó el don de su poderosa voz. A los 21 años renunció a la escuela de leyes y le dedicó su vida al arte de la declamación. Para muchos, este hombre fue quien inmortalizó el brindis. Otra versión destacada es la del declamador argentino El Indio Duarte.
El Brindis del Bohemio
En torno de una mesa de cantina,
una noche de invierno,
regocijadamente departían
seis alegres bohemios.
Los ecos de sus risas escapaban
y de aquel barrio quieto
iban a interrumpir el imponente
y profundo silencio.
El humo de olorosos cigarrillos
en espirales se elevaba al cielo,
simbolizando al resolverse en nada,
la vida de los sueños.
Pero en todos los labios había risas,
inspiración en todos los cerebros,
y, repartidas en la mesa, copas
pletóricas de ron, whisky o ajenjo.
Era curioso ver aquel conjunto,
aquel grupo bohemio,
del que brotaba la palabra chusca,
la que vierte veneno,
lo mismo que, melosa y delicada,
la música de un verso.
A cada nueva libación, las penas
hallábanse más lejos del grupo,
y nueva inspiración llegaba
a todos los cerebros,
con el idilio roto que venía
en alas del recuerdo.
Olvidaba decir que aquella noche,
aquel grupo bohemio
celebraba entre risas, libaciones,
chascarrillos y versos,
la agonía de un año que amarguras
dejó en todos los pechos,
y la llegada, consecuencia lógica,
del “Feliz Año Nuevo”...
Una voz varonil dijo de pronto:
—Las doce, compañeros;
Digamos el “requiéscat” por el año
que ha pasado a formar entre los muertos.
¡Brindemos por el año que comienza!
Porque nos traiga ensueños;
porque no sea su equipaje un cúmulo
de amargos desconsuelos…
—Brindo, dijo otra voz, por la esperanza
que a la vida nos lanza,
de vencer los rigores del destino,
por la esperanza, nuestra dulce amiga,
que las penas mitiga
y convierte en vergel nuestro camino.
Brindo porque ya hubiese a mi existencia
puesto fin con violencia
esgrimiendo en mi frente mi venganza;
si en mi cielo de tul limpio y divino
no alumbrara mi sino
una pálida estrella: Mi esperanza.
—¡Bravo! Dijeron todos, inspirado
esta noche has estado
y hablaste bueno, breve y sustancioso.
El turno es de Raúl; alce su copa
Y brinde por… Europa,
Ya que su extranjerismo es delicioso…
—Bebo y brindo, clamó el interpelado;
brindo por mi pasado,
que fue de luz, de amor y de alegría,
y en el que hubo mujeres seductoras
y frentes soñadoras
que se juntaron con la frente mía…
Brindo por el ayer que en la amargura
que hoy cubre de negrura
mi corazón, esparce sus consuelos
trayendo hasta mi mente las dulzuras
de goces, de ternuras,
de dichas, de deliquios, de desvelos.
—Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente
brote un torrente
de inspiración divina y seductora,
porque vibre en las cuerdas de mi lira
el verso que suspira,
que sonríe, que canta y que enamora.
Brindo porque mis versos cual saetas
Lleguen hasta las grietas
Formadas de metal y de granito
Del corazón de la mujer ingrata
Que a desdenes me mata…
¡pero que tiene un cuerpo muy bonito!
Porque a su corazón llegue mi canto,
porque enjuguen mi llanto
sus manos que me causan embelesos;
porque con creces mi pasión me pague…
¡vamos!, porque me embriague
con el divino néctar de sus besos.
Siguió la tempestad de frases vanas,
de aquellas tan humanas
que hallan en todas partes acomodo,
y en cada frase de entusiasmo ardiente,
hubo ovación creciente,
y libaciones y reír y todo.
Se brindó por la Patria, por las flores,
por los castos amores
que hacen un valladar de una ventana,
y por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llena de rosas
y hacen de la mujer la cortesana.
Sólo faltaba un brindis, el de Arturo.
El del bohemio puro,
De noble corazón y gran cabeza;
Aquél que sin ambages declaraba
Que solo ambicionaba
Robarle inspiración a la tristeza.
Por todos estrechado, alzó la copa
Frente a la alegre tropa
Desbordante de risas y de contento;
Los inundó en la luz de una mirada,
Sacudió su melena alborotada
Y dijo así, con inspirado acento:
—Brindo por la mujer, mas no por ésa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer ¡desventurados!;
no por esa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.
Yo no brindo por ella, compañeros,
siento por esta vez no complaceros.
Brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos:
por la mujer que me arrulló en la cuna.
Por la mujer que me enseño de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dio en pedazos,
uno por uno, el corazón entero.
¡Por mi Madre! Bohemios, por la anciana
que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña tal vez, que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.
Por la anciana adorada y bendecida,
por la que con su sangre me dio vida,
y ternura y cariño;
por la que fue la luz del alma mía,
y lloró de alegría,
sintiendo mi cabeza en su corpiño.
Por esa brindo yo, dejad que llore,
que en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.
Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi Madre, bohemios, que es dulzura
vertida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella…
El bohemio calló; ningún acento
profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura,
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente
un poema de amor y de amargura