Con unos versos sobre las aves que, confundidas por la luz, chocaban contra Estatua de la Libertad en 1895, el ingeniero, abogado y escritor catalán Melchor de Palau inauguró una peculiar tradición temática en la poesía española. Desde entonces, sobrevolando categorías generacionales y estéticas, más de 200 poetas españoles han tratado el brillo y las sombras de esa ciudad.
En Historia poética de Nueva York en la España Contemporánea de Julio Neira rastrea esta presencia a través de un recorrido cronológico que abarca hasta el 2011. “Es una constante a lo largo de todo el siglo. El tratamiento es tanto positivo, resaltando la libertad y el crisol de culturas, como negativo, en denuncia de un sistema que no tiene en cuenta a los más desfavorecidos. También se da la mirada simultánea”, explicaba el profesor, que presentó su estudio a mediados de octubre en el Instituto Cervantes de Nueva York. “Pero esto no es un caso cerrado, en los primeros 12 años del siglo XXI el número de poetas que han tratado la ciudad es igual al de quienes lo abordaron a lo largo de todo el siglo XX. Ha pasado de ser una novedad a ser un clásico”. Aunque ha excluido a poetas latinoamericanos, Neira incluye a autores, como Cristina Peri Rossi o Andrés Neuman, que a pesar de haber nacido en otros países, están afincados en España desde hace tiempo.
En el libro —definido por su autor como un censo de textos poéticos— la fijación por Nueva York queda enmarcada dentro del cambio social del siglo XX y el nacimiento de la poesía urbana. Del flâneur de Baudelaire se llega a la megalópolis moderna, metáfora perfecta de la vida contemporánea y de la angustia del hombre, encarnada en la ciudad de los rascacielos. Si Walt Whitman y Hart Crane son dos referentes fundamentales en la tradición poética americana que trataron Nueva York en sus versos, en la española destaca la influencia de tres textos clave en la poesía contemporánea que transcurren en esta ciudad, a cargo de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y, más adelante, José Hierro.
Diario de un poeta recién casado, un libro resultado del viaje que Juan Ramón Jiménez emprende a Nueva York en 1916 para casarse con Zenobia Camprubí, rompe la primera lanza y marca una nueva hoja de ruta para la poesía española. El poeta de Moguer desembarca apenas unos meses después de la muerte de Rubén Darío, figura fundamental del modernismo, que había abandonado ésta urbe a orillas del río Hudson poco antes, enfermo y arruinado. Darío también trató Nueva York en poemas como La gran cosmópolis. Meditaciones de madrugada. Con Diario de un poeta recién casado —un libro que al final de su vida reconoció que era su favorito porque “nunca se pone viejo”— Juan Ramón da un giro radical. “Recibe sensaciones nuevas y descubre las posibilidades expresivas del verso libre y del habla coloquial. Y aunque se muestra crítico, no recibe las imágenes de Nueva York como amenaza», dice el poeta Luis Muñoz, profesor en la Universidad de Iowa, cuyo trabajo también aparece recogido en el estudio de Neira.
José Moreno Villa es otro que llega a Nueva York persiguiendo el amor, pero el desenlace de su historia, registrado en verso y prosa, no es tan feliz. Alberti en Cal y Canto de 1928 habla de la ciudad aún sin haberla visitado —en 1935 se exiliaría allí—, y un año después, en 1929, Lorca llega a Harlem. Su estancia coincide con el crack de la bolsa y el granadino ofrece una visión mucho más descarnada, cruel y, a pesar de todo, bella de la ciudad. “Nada más poético y terrible que la lucha de los rascacielos con el cielo que los cubre”, dijo en una conferencia a su vuelta España, en la que presentó por primera vez algunos de los versos que quedarían reunidos en Poeta en Nueva York, que marca un trascendental punto de inflexión, y que la próxima primavera será homenajeado en el Instituto Cervantes y la New York Public Library.
Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez en su boda en la Iglesia de St. Stephen, en Nueva York el 2 de marzo de 1916.
La guerra forzó al exilio a muchos como Francisco Gíner de los Ríos.Miembros de la Generación del 27 llegaron a las aulas de las universidades estadounidenses y Neira recoge algunas de las impresiones que tuvieron a su paso por Nueva York, como la carta de Pedro Salinas a su esposa: “Se reconfirma mi impresión Marg. Oriental y violenta es Nueva York”. También queda recogido el trabajo de otros exiliados como Concha Zardoya, Gonzalo Sobejano o Joaquín Casalduero que en las décadas siguientes seguirían llegando y escribiendo sobre la ciudad. Con la llegada de la democracia, el círculo sigue creciendo con poetas que llegan por motivos laborales como Dionisio Cañas y otros que pasan impartiendo o recibiendo clases, como Julia Uceda. José Hierro publica Cuadernos de Nueva York en 1998, e inaugura una nueva senda.
Neira destaca el peso que ejerce la cultura estadounidense en todos los planos y la apertura de España a partir de la Transición, señalando a Luis García Montero como uno de los poetas que más ha viajado y tratado esta ciudad. De forma real o literaria, los poetas españoles hoy retratan con fijación Nueva York, convertida en “meta obligada de un peregrinaje artístico e intelectual, cuando no comercial de los más jóvenes”, escribe Neira. Las lecturas poéticas se suceden en universidades e instituciones; se abren nuevos diálogos y perspectivas. Los atentados de las torres gemelas es el acontecimiento al que le han dedicado más poemas en español sobre Nueva York. Luis Muñoz encuentra la clave neoyorquina en el ritmo: “La sobre-excitación es la situación ideal para un poeta”.
Escrito por Andrea Aguilar para El País. Más escritos de Andrea Aguilar acá