“A veces — dice Enrique del Risco en sus memorias — escribir es eso: desquitarse de una realidad que siempre llevará todas las de ganar, una sofisticada declaración de impotencia.” Siempre nos quedará Madrid es, precisamente, una obra excepcional de tal exorcismo: la gravedad (o el fracaso, como el mismo Enrique lo define) del exilio madrileño aparece conjurada (desquitada) no sólo por la riqueza anecdótica con que se rememora esa realidad, sino, sobre todo, por su tono lúdicro, su vivacidad narrativa (pues estas son memorias con carácter de novela) y su hilarante ingenio reflexivo.
Siempre nos quedará Madrid es, de hecho, un divertimento, un despliegue de humor en toda regla, pero no por ocurrencia costumbrista, sino por lucidez asociativa — al modo de Chandler, al modo, si se quiere, de Cabrera Infante, aunque sin la amargura y sin la impenitencia de la paronomasia — a partir de una vasta cultura expresada con desenfado.
A ello concierne el hábil contrapunto entre la memoria “cubana” y la “española” que estructura el libro, cuidadosamente trenzado a partir de la trama particular de cada uno de los fragmentos de la cultura simbólica y material que construyeron esa experiencia: viaje, carencias, tradiciones, lenguaje, vivienda, familia, trabajo, escritura, música, amigos o política. El razonamiento de estos fragmentos no responde, sin embargo a una mera constatación irónica de la diferencias entre dos mundos, sino a un proceso de maduración (de humanización, diríase) de protagonistas que, como casi todos los exiliados del laboratorio revolucionario, se ven enfrentados al mundo con imperfecciones y temores no muy diferentes a los de la criatura del Doctor Frankenstein (y así mismo son observados).
De aquí, la sucesiva ruptura de imaginarios que hilvana el trasfondo de las memorias: el que los protagonistas tienen de España desde Cuba, de España dentro de la propia España (porque el mundo, como se sabe se divide en dos, en Sevilla y Cádiz); de Cuba desde Cuba; o de Cuba (y de los cubanos) desde el mundo. En este sentido Siempre nos quedará Madrid puede ser clasificada no sólo como la novela de aprendizaje que es, sino también, incluso, como la primera guía razonada para el emigrante cubano.
Por ejemplo: (De la emigración): “Cuando los inmigrantes veteranos se aferran con dientes y uñas al pequeño espacio que se han podido abrir en el nuevo país, la posibilidad de que reciban con los brazos abiertos al primer compatriota desconocido que aparezca sólo cabe en la mente distorsionada del recién llegado.” (De las tradiciones): “Comer cerdo asado un 24 de diciembre parecía incapacitarse de por vida para entender la evolución de las especies […] Comer cerdo en la víspera del cumpleaños del Hijo de Dios no podía ser un gesto inocente cuando había tanto en juego. Por poca relación lógica que se pueda encontrar entre la carne de puerco y el nacimiento de Cristo, aquellos que festejaban la nochebuena en los setentas cubanos estaban más cerca del cristianismo minoritario y clandestino de los orígenes que el resto de sus contemporáneos occidentales.” (De las comidas): “Cuando por fin trajeron el caldo gallego pensé que se habían equivocado. En lugar del potaje espeso que esperaba, tenía ante mí un pozuelo diminuto con un agüita verdosa y brillante de grasa donde flotaban cuatro judías y un filamento de berza […] el lacón apareció en un platillo del mismo diámetro del que contenía el caldo […] No era el trozo de pierna ahumada que recordaba de mi infancia […] la palabra lacón había sido degradada hasta asumir la sustancia de tres lasquitas de jamón apenas curado […] Luego me enteraría: — de que si quería comerme […] el lacón español que había conocido en mi infancia debía pedir un codillo con grelos — de que en todo Madrid no iba a encontrar un plato bajo ese nombre por doscientas pesetas.”
Sin embargo, bajo este contrapunto entre el afuera español y el adentro cubano (o viceversa) hay una reflexión sobre la emigración en su conjunto; y es que la pauta del libro no parte de la memoria cubana, sino de la constatación de que el Madrid de hace veinte años, es ya otro Madrid. La experiencia del autor aparece, de este modo, internamente contextualizada desde el particular exilio (o vivencias en general) de otros muchos personajes más o menos cercanos, cuyo devenir, hilarante o dramático, cuidadosamente modulado a lo largo del libro, sostienen, en mucho, la amena intensidad de la lectura. Aunque no voy a extenderme sobre ello, Siempre nos quedará Madrid es también un elogio de la amistad y, sobre todo, una delicadísima obra de amor.
De las muchas virtudes de Enrique del Risco como escritor, y que advertirán aquí quienes hasta ahora sólo lo identifican por su ingenio humorístico (el cual, por otra parte, ya tiene méritos propios dentro de la literatura cubana) creo conveniente fijar su exquisitez estilística, poética, para abordar situaciones no precisamente agradables, sin edulcorarlas ni evadirlas en su tragedia, o, sencillamente, para relatar sin más. (Dos ejemplos): “Pensar en lo que podía ser Rami sin el peso del plomo en la sangre, intuir a la persona que se había perdido. Porque pese a todo uno podía presentir en sus muecas un carácter amable y agradecido. No costaba trabajo imaginar algún interruptor en aquel chico que de ser pulsado de la manera correcta podría devolverlo a la normalidad y de paso obtener el agradecimiento eterno de toda la familia.
Como un motor roto que arranca mágicamente después de un golpe casual. Pero Carlos me lo había advertido. Habría momentos en que creería descubrir un simulacro de conciencia, pero que Rami no tenía remedio. Aun así alguna vez me sorprendí creyendo por un par de segundos que había tocado el botón correcto, sólo para hacerme una idea de cuánta frustración debieron acumular sus padres durante años”. / “Ana y el Hijo Único se habían convertido en pareja ante nuestros ojos del mismo modo fatal que la física aparea cuerpos que ruedan en torno a un punto común.”
No estoy muy seguro de que el mundo literario cubano, tan pródigo en anecdotarios casuales lo haya sido también en memorias, entendidas éstas como género o, al menos, como relatos unitarios de una vida o parte de ella; desconozco, igualmente, cuántas y cuáles memorias sobre el exilio (especialmente sobre el exilio fuera de los Estados Unidos) hayan sido escritas por autores cubanos contemporáneos, pero no creo equivocarme al asignar a Siempre nos quedará Madrid una pauta dentro de ellas y dentro de la literatura cubana, aunque, especialmente, para sus lectores. Y es que a la par de su excelencia testimonial y narrativa, Siempre nos quedará Madrid conjuga otras dos virtudes no siempre muy a mano: divertirnos francamente de principio a fin y dejarse leer de una sentada.
Reseña por Emilio García Montiel. Escritor e historiador del arte cubano con especialidad en Estudios de Japón. García Montiel ha sido profesor en el Colegio de México y en el Instituto Tecnológico de Monterrey. Naturalizado mexicano, reside en México. Sus áreas principales de trabajo se ubican en los estudios visuales, la imagen urbana y los estudios de Tokio